Un resumen claro de hechos y vacíos.
El episodio arrancó con una imagen tomada en la Casa Blanca: una carpeta con el rótulo “La Doctrina Trump” y un fotomontaje de Gustavo Petro y Nicolás Maduro con overoles naranjas. La fotografía se difundió y luego fue retirada, pero ya había encendido una discusión nacional.
Sobre ese telón, Vicky Dávila publicó en X que Estados Unidos aplicaría esa “doctrina” contra Petro y remató con la frase “Estás jodido”. El mandatario contestó con alusiones personales. Entre afirmaciones y réplicas, el país quedó con más preguntas que respuestas.
¿Qué se dice que contiene la “doctrina”? Versiones difundidas enumeran cinco pasos: sanciones selectivas, respaldo a liderazgos aliados, designaciones de organizaciones criminales, acciones frente a iniciativas “antiestadounidenses” e investigación de campañas y su financiación. Su estatus oficial es incierto y su viabilidad jurídica, discutida.
¿Puede EE. UU. judicializar a un jefe de Estado extranjero en ejercicio? Expertos en derecho internacional recuerdan que es excepcional. Lo común han sido sanciones financieras o migratorias a funcionarios, no acusaciones penales contra presidentes activos. Convertir un documento político en un caso federal exige pruebas y competencias específicas.
¿Por qué esto importa para Colombia? Porque EE. UU. es el principal socio comercial y cooperante en seguridad y migración. Una escalada —aún en el nivel simbólico— afecta la confianza de inversionistas, la cooperación antidrogas y la interlocución política sobre Venezuela y la región.
¿Qué alegó Dávila? Que la justicia local no avanza en esclarecer la financiación de la campaña de 2022 y que, por tanto, la justicia estadounidense podría actuar. Trajo a cuento audios, denuncias y nombres que ya son parte del debate público. Sus críticos hablan de sobredimensionar hipótesis no probadas.
¿Qué respondió Petro? Recurrió a alusiones personales que, según analistas, degradan el estándar del debate. El oficialismo calificó la carpeta como un insumo manipulado y criticó la difusión de imágenes con IA en documentos políticos; la oposición reivindicó la presión externa como camino a la verdad.
¿Cómo se compara con otros casos? En la región, Estados Unidos ha usado sanciones, cancelación de licencias y restricciones de visa. Pocas veces esas medidas se traducen en procesos penales a mandatarios en funciones. La novedad aquí es el protagonismo de una fotografía y su poder para ordenar agendas.
¿Qué puede pasar ahora? Si existen pesquisas formales, su calendario no será inmediato. En diplomacia, se esperan canales discretos para evitar una ruptura. En casa, la pelota queda en la cancha de los órganos de control: dar luz sobre financiación y deslindar responsabilidades.
¿Qué papel juega la desinformación y la IA? El uso de imágenes generadas o manipuladas con sello institucional tensiona la confianza pública. Protocolos de verificación, marcas de agua y auditorías pueden reducir el riesgo de que un error visual escale a crisis diplomática.
¿Y la ciudadanía? Entre la fatiga por el escándalo y la necesidad de certezas, pide hechos: documentos, decisiones, cronogramas. Los virales no sustituyen el debido proceso. La transparencia es el antídoto para una conversación que se volvió inflamable.
Organizaciones de verificación instan a reglas claras para el uso de imágenes y a no sobredimensionar hipótesis sin respaldo documental. Sectores políticos mantienen sus líneas: presión externa como “vía para la verdad” frente a denuncias de “lawfare”.
En lo internacional, voces recomiendan no comprometer la cooperación estratégica por una tormenta mediática. Cualquier anuncio formal deberá delimitarse con precisión para no golpear a actores económicos inocentes ni a programas conjuntos.
La “Doctrina Trump” es, por ahora, un catalizador de tensiones más que una política en firme. La aclaración de hechos y el manejo prudente de la relación con EE. UU. marcarán el desenlace.