La izquierda costeña, entre la unidad y el cisma
La ruptura entre Carlos Caicedo y Gustavo Petro impacta de lleno en la Costa Caribe, región donde el caicedismo construyó un capital político sostenido y el petrismo consolidó votos determinantes. El quiebre abre una disputa por estructuras, símbolos y candidaturas en un territorio que puede inclinar la balanza nacional.
El conflicto mezcla diferencias personales con cálculos de poder. Mientras Caicedo denuncia un “aniquilamiento” contra su movimiento, sectores del Gobierno niegan una operación en su contra y reivindican acuerdos regionales para asegurar gobernabilidad. Entre ambas narrativas, alcaldes, concejales y dirigentes locales hacen números.
En Magdalena, el reacomodo ya produjo alianzas inusuales. Exsocios del caicedismo convergieron con sectores rivales para disputarle el control departamental. El resultado fue una elección atípica con apoyo transversal que dejó heridas y consolidó la percepción de cerco político.
El factor jurídico complicó el tablero: sin personería, Fuerza Ciudadana pierde financiación y capacidad de avalar candidaturas propias. En términos prácticos, cada aspiración dependerá de coaliciones ajenas o de firmas, con costos altos en tiempo, logística y narrativa.
Para el petrismo, sostener influencia en el Caribe exige contener la fuga de liderazgos locales que simpatizan con Caicedo y evitar que la pelea erosione el discurso de cambio. El desafío es mantener mayorías funcionales en territorios donde la política es profundamente relacional.
En Santa Marta y municipios clave, la disputa entra a los barrios. Programas sociales, infraestructura y presencia institucional se convierten en escenario de contraste. La pregunta es quién capitaliza el inconformismo ciudadano: el Gobierno con su agenda nacional o el caicedismo con su arraigo local.
Los movimientos empresariales y cívicos toman nota. Proyectos portuarios, turísticos y de conectividad dependen de estabilidad política y coordinación multinivel. La incertidumbre desalienta inversiones si no se despeja el panorama de alianzas y reglas de juego.
A nivel mediático, la pelea amplifica la idea de una izquierda fragmentada. La oposición ve oportunidad; el centro intenta pescar en río revuelto con discursos de gestión y seguridad. En paralelo, liderazgos costeños emergentes buscan posicionarse como “tercera vía” regional.
Las bases piden claridad: ¿habrá candidatura costeña única o cada bloque armará su lista? La definición incidirá en la configuración de cámaras y en la competitividad de una candidatura presidencial afín al Gobierno.
Si la fractura se mantiene, el Caribe podría convertirse en el principal dolor de cabeza del progresismo en 2026. Si se recompone, será a costa de concesiones territoriales y un relato de reconciliación difícil de instalar tras meses de confrontación.
Referentes del Pacto Histórico han llamado a tender puentes; sin embargo, operadores regionales consideran que el daño está hecho y que la prioridad es asegurar estructuras para las próximas listas. En ese pulso, las maquinarias locales definen el ritmo.
Desde Fuerza Ciudadana insisten en que resistirán sin personería, mientras sectores cercanos al Gobierno apuestan por alianzas amplias sin “caudillismos”. La conversación se traslada a foros ciudadanos y emisoras locales, donde se forja el clima electoral costeño.
La pugna por el Caribe decidirá si el progresismo llega unido o dividido a la contienda. En política, el territorio manda: quien organice mejor sus cuadros y su mensaje tendrá ventaja.