La experiencia de los vecinos muestra que los gestos importan tanto como los acuerdos.
El viaje del presidente Gustavo Petro a China pasó para 2026 tras el ruido que generó la visita de congresistas colombianos a Taipéi y el desmentido de Cancillería sobre una supuesta oficina en la isla. El principio de “una sola China” se reafirmó sin matices; el reto ahora es de ejecución diplomática para que la agenda estratégica no pierda tracción.
La experiencia comparada en América Latina sugiere un patrón: los países que han logrado profundizar vínculos con Beijing mantienen una disciplina estricta en símbolos y vocerías, incluso cuando sostienen intercambios económicos o culturales con Taiwán en marcos no estatales. Colombia entra a esa conversación con una relación prometedora y un recordatorio oportuno.
El punto de partida es doctrinal: desde 1980, Bogotá reconoce a la República Popular China y, como la mayoría de la región, respalda el principio de “una sola China”. La novedad no está en la norma, sino en el episodio que la puso a prueba y obligó a recalibrar tiempos.
El detonante fue la visita parlamentaria a Taipéi. Ese tipo de misiones, comunes en el mundo, tienden a ser bien vistas si se enmarcan en cooperación económica o académica y no adoptan el tono de decisiones de Estado. Cuando las señales exceden ese marco, Beijing reacciona con sensibilidad.
En 2023–2025, varios países latinoamericanos profundizaron su vínculo con China con un libreto claro: separación de vocerías políticas, coordinación previa de delegaciones y mensajes prudentes sobre la isla. El aprendizaje para Colombia es directo: la gestión de símbolos puede ahorrar meses de trabajo.
El aplazamiento del viaje cortó el impulso de una agenda que venía de una cumbre positiva entre Petro y Xi Jinping. Para recuperar ritmo, el Gobierno puede priorizar hitos verificables en lo técnico: comités sanitarios para el agro, listas de proyectos con cronogramas y reglas claras de acompañamiento empresarial en futuras misiones.
Otra lección regional es el manejo de Taiwán en clave no estatal: cooperación universitaria, innovación y comercio con cámaras privadas, evitando que se interprete como reconocimiento político. Esa línea admite espacios de colaboración sin disparar costos diplomáticos.
Al interior, Colombia deberá reforzar la coordinación entre ramas del poder. La diplomacia parlamentaria aporta cuando suma, no cuando se confunde con la política exterior. Protocolos de viaje, briefings previos y comunicados conjuntos tras las giras pueden hacer la diferencia.
En el plano geopolítico, China sigue ampliando su presencia en la región, mientras Estados Unidos observa y compite. Para Bogotá, el objetivo es maximizar oportunidades con Pekín sin deteriorar otras alianzas. La forma de comunicar y las prioridades sectoriales (energía, infraestructura, tecnología) serán el termómetro.
Con la visita reprogramada, 2026 ofrece una ventana para reiniciar con guion ajustado. Si Colombia consigue alinear mensajes y concretar entregables, el episodio quedará como una advertencia útil más que como un quiebre en la relación.
En el exterior, la señal que se busca proyectar es de continuidad: la doctrina no cambió; se corrigieron procedimientos. En casa, el debate político dejó claro que hay apetito por diversificar mercados, pero también consenso en que la política exterior debe hablar con una sola voz.
En el corto plazo, la comunidad internacional observará si Bogotá convierte la lección en práctica: listas de proyectos, cronograma para la visita y un manual de coordinación interinstitucional. Esas piezas enviarán a Beijing el mensaje de que la relación se sostiene sobre resultados, no sobre interpretaciones.
La diplomacia eficaz es la que reduce el margen de error. Colombia tiene la doctrina, los socios y los intereses; necesita asegurar la consistencia. Si afina el libreto, la visita de 2026 puede recuperar el tiempo perdido.