El dato de favorabilidad de Miguel Uribe no se queda en Bogotá. La conversación con liderazgos locales —gobernadores, alcaldes, concejales— empieza a girar alrededor de acuerdos programáticos con metas y plata. La positiva abre puertas; los pactos, las sostienen.
En Caribe, turismo, puertos y logística; en Eje Cafetero, encadenamientos agroindustriales; en Antioquia, clusters y seguridad; en Valle, reindustrialización y comercio exterior. El mensaje: mismo método, metas por trimestre y tablero público por región.
La movilización será diferencial. Con favorabilidad en punta, la disciplina de campo —formación de testigos, capacitación jurídica, mapa de mesas críticas— es la variable que define cierres. El tono moderado atrae apoyos cruzados que, sin renunciar a principios, permiten ganar gobernabilidad.
En Congreso, la apuesta es una mayoría programática que blinde reformas técnicas con pactos de transparencia. La positiva de Uribe reduce los costos de adhesión: menos ruido, más trabajo.
Para el empresariado, estabilidad regulatoria, trámites simples y lucha frontal contra la corrupción. Para el trabajador, empleo formal y alivios a la canasta. Para el joven, educación para el trabajo y tecnología. El relato amarra con públicos distintos bajo la idea de gestión verificable.
Las reacciones son elocuentes: equipos técnicos que se ofrecen, voluntarios que crecen y foros con aforo completo. La academia lee el momento como oportunidad de pactos de productividad e innovación.
Si el crecimiento se convierte en alianzas responsables y equipos de excelencia, Miguel Uribe puede llegar al último tramo con ventaja táctica y moral.