Lo que pasó, cuándo ocurrió y cómo avanza la pesquisa policial.
La noche del 26 de octubre, Cameron Golinsky se encontró con dos hombres en un bar de Ipanema. La interacción fluyó con naturalidad: conversación breve, confianza inicial y una primera bebida. De acuerdo con su relato, allí comenzó el efecto de una sustancia que no detectó a tiempo.
Horas después, ya con la conciencia alterada, la escena cambió de barrio: los tres llegaron al apartamento del canadiense en Copacabana. Dentro de la vivienda, según la víctima, le habrían suministrado una dosis final que terminó por anular su capacidad de reacción.
El siguiente registro es un despertar tardío: dos días después, sin recuerdos claros del intervalo. El saldo inmediato incluyó la pérdida aproximada de US$3.000, el teléfono y el acceso a cuentas digitales que debió recuperar a contrarreloj.
El 28 de octubre se radicó la denuncia en la 12ª Comisaría de Copacabana, clasificada como robo con alteración de la conciencia por sustancia psicoactiva. Desde entonces, la Policía Civil inició el rastreo de cámaras en el bar, las calles aledañas y el edificio de la víctima para reconstruir trayectos y tiempos.
Paralelamente, los investigadores revisaron movimientos financieros y de dispositivos, una práctica estándar en estos casos. La hipótesis de trabajo: una banda que aprovecha la vulnerabilidad de turistas en corredores con alta afluencia nocturna.
En los primeros avances, la Policía Civil identificó a un sospechoso con orden de captura por un hecho previo de características similares. La pesquisa se centra en precisar si actuó con cómplices habituales y si hay conexiones con otros eventos en la Zona Sur.
La cronología también incluye la reacción logística del afectado: viaje a Los Ángeles para reactivar banca y reforzar contraseñas. Este hito permitió cerrar accesos a cuentas y cuantificar el daño económico, que no se limita al efectivo sustraído.
Los investigadores evalúan patrones como el ofrecimiento insistente de tragos, el traslado de la víctima a su propio alojamiento y la búsqueda de claves en dispositivos. Estos elementos, reiterados en otros expedientes, ayudan a perfilar a los autores y a prevenir nuevos casos.
En el terreno, comerciantes y administradores de edificios colaboran con material de cámaras y protocolos internos. Bares de Ipanema y Copacabana implementan avisos visibles de seguridad, mientras anfitriones de alquiler temporal recomiendan no recibir visitas no registradas.
Con la ruta temporal mejor definida, la policía busca órdenes judiciales adicionales para capturas y allanamientos. El objetivo es cortar el ciclo de delitos que se camuflan en la noche turística y que, como en este caso, dejan un vacío de horas imposibles de recordar.
La cronología difundida generó eco en la comunidad extranjera residente, que pidió puntos seguros de denuncia y canales bilingües. Operadores turísticos, por su parte, insisten en una respuesta rápida para evitar cancelaciones de temporada.
Expertos en seguridad señalan que ordenar los hechos en tiempo real facilita decisiones judiciales y previene la dispersión de pruebas. Recomiendan acelerar peritajes y fortalecer la coordinación entre fiscalía, policía y comercios.
A medida que se consolidan tiempos y trayectos, el caso se acerca a un punto de quiebre: identificar a todos los involucrados y llevarlos ante la justicia. Lo que ocurrió entre el primer trago y el despertar ya está más claro; falta el siguiente paso.