Diseño multimodal con prioridad a seguridad y continuidad.
El occidente de Bogotá concentra parques industriales y centros logísticos que dependen de ventanas horarias ajustadas. El corredor de 7 km Funza–Bogotá, planteado por la Avenida La Esperanza, aspira a reducir tiempos improductivos, estabilizar velocidades de operación y dar una opción real cuando se colapsa la Calle 13.
El convenio IDU–Funza definió una hoja de ruta de prefactibilidad, factibilidad y estudios y diseños. La vigencia hasta 2027 busca llegar con un paquete listo para licitar obra, con costos, predios y trazado sin zonas grises que suelen frenar los proyectos.
Beneficio para la carga. La redistribución de flujos disminuye el efecto acordeón de arrancar–frenar, que encarece combustible y mantenimiento. Con una entrada alterna por La Esperanza, flotas y tractocamiones podrán planear rutas con menor variabilidad.
Productividad urbana. Para trabajadores que se mueven en bus desde Funza, una vía con paraderos ordenados y ciclorruta continua reduce tiempos y mejora puntualidad. La suma de minutos recuperados por persona se traduce en horas-hombre de mayor rendimiento.
Diseño integral. El perfil proyectado incluye calzadas por sentido, separadores, andenes anchos e iluminación. La continuidad peatonal y en bicicleta genera capilaridad con barrios y zonas de empleo, y reduce cruces conflictivos, clave para evitar cierres por siniestros.
Riesgos y mitigaciones. La ingeniería deberá resolver pasos sobre áreas sensibles y coordinar permisos ambientales y prediales. Un plan de obras por tramos y en horarios estratégicos limitará impactos a comercio y transporte.
Efecto en la 13 y la 80. Una entrada alterna no elimina los problemas en otros corredores, pero sí los diluye, especialmente en picos de la mañana y la tarde. La red gana resiliencia ante accidentes o cierres por obras.
Gobernanza y financiación. El comité técnico definirá estándares y fuentes de cofinanciación de niveles municipal, distrital y departamental. Dada la naturaleza regional del acceso, se prevén aportes compartidos que aseguren continuidad constructiva.
Señalización y control. Para empresas y conductores, la claridad en desvíos durante la obra es vital. Señalización anticipada, comunicación con gremios y gestores de tráfico minimizarán pérdidas por esperas no planificadas.
Competitividad regional. Con rutas más estables, cadenas de suministro mejoran su OTIF (entregas a tiempo y completas) y baja el costo logístico por kilómetro. Eso se traduce en precios más competitivos y mejores márgenes para el tejido productivo.
Desde gremios de transporte hay expectativa por bajar costos de operación y variabilidad en entregas. Comerciantes y microempresas esperan un flujo más constante de clientes y proveedores, especialmente en zonas que hoy se afectan por desvíos largos.
Colectivos ciudadanos piden que la obra mantenga la ciclorruta y los andenes como prioridad, y que la seguridad vial no se sacrifique por velocidad. Ambientalistas proponen revegetalización y monitoreo de fauna en rondas hídricas.
El corredor Funza–Bogotá puede convertirse en un “seguro” de movilidad para el occidente: menos cuellos de botella, más previsibilidad y competitividad. La diferencia la marcarán diseños rigurosos, buena gestión predial y licenciamiento responsable.