Feldman (ZITA) aporta una mirada andina a la discusión del WAF.
El 40 Under 40 North America del World Architecture Festival se ha convertido en un termómetro de tendencias: proyectos que mezclan sostenibilidad, justicia espacial y nuevos modelos de gestión. La entrada del bogotano Daniel Feldman confirma que el debate sobre reutilización industrial y vivienda no es solo del norte global: América Latina aporta casos con enfoque social y climático.
Feldman dirige ZITA, un estudio con base en la Zona Industrial de Bogotá y presencia en Nueva York. Su práctica se nutre de la participación comunitaria y de la investigación urbana, dos ingredientes que el WAF viene premiando en distintos frentes. La selección coincide con agendas públicas que buscan mezclar usos, activar corredores verdes y habilitar economías creativas sin desplazar oficios.
Mientras en Estados Unidos y Canadá la innovación se apoya en financiación estructurada y normativas maduras, en Colombia los despachos emergentes ensayan soluciones frugales con énfasis en impacto social. Esa tensión creativa —recursos vs. ingenio— explica parte del interés del jurado por miradas latinoamericanas que, como la de ZITA, trabajan sobre tejidos existentes.
El programa del 40 Under 40 prioriza trayectorias consistentes antes que grandes hitos fotogénicos. En esa línea, la obra de Feldman dialoga con proyectos que en la región han logrado mejoras tangibles: patios escolares más seguros, calles completas, equipamientos de escala barrial y vivienda incremental conectada con transporte y empleo.
Para Bogotá, el reconocimiento llega en medio de debates sobre el futuro de centros logísticos y zonas industriales. La Actuación Estratégica ZIBo sintetiza esas preguntas: ¿cómo densificar con calidad? ¿cómo atraer inversión sin expulsar empleo? ¿qué cargas urbanísticas garantizan espacio público y arbolado? La distinción WAF no resuelve esas tensiones, pero sí agrega capacidad de interlocución.
En términos regionales, la presencia colombiana se suma a perfiles de México, Canadá y Estados Unidos que trabajan desde paisaje, vivienda, patrimonio y tecnología constructiva. El intercambio permite comparar escalas: desde proyectos de barrio hasta operaciones metropolitanas, con un hilo común de descarbonización y equidad.
Para la industria, el valor está en alianzas binacionales: universidades, desarrolladores y sector público que comparten protocolos de medición de impacto. La visibilidad del WAF ayuda a ordenar tableros de control: m² de espacio público, unidades de vivienda accesible, reducción de emisiones y nuevas áreas verdes.
A nivel de reputación, el hito refuerza a despachos colombianos que ya circulan en bienales, festivales y publicaciones. También cuestiona viejos prejuicios sobre la periferia como lugar de escasez creativa: los casos emergentes muestran calidad espacial con recursos prudentes y participación local como política.
El año que cierra y el que inicia verán a los ganadores circular por foros, clases magistrales y exhibiciones. Ahí se tejen oportunidades para cooperación técnica y financiación que, si aterrizan en proyectos piloto, pueden demostrar resultados y traccionar otras inversiones en Bogotá y la región.
Gremios, académicos y colectivos han saludado la noticia como señal de ánimo para una generación que piensa la ciudad más allá del edificio-objeto. En paralelo, advierten que el éxito se medirá por proyectos con cronograma y presupuesto que beneficien a vecindarios, no solo por el brillo de una tarima.
Desde las instituciones distritales, el mensaje es pragmático: aprovechar la ventana para conseguir asistencia técnica y cofinanciación de pilotos que prueben nuevos estándares de calle, vivienda y espacio público. Si el puente se consolida, la cooperación internacional puede dejar huella duradera en Bogotá.
El balance deja una tarea: transformar el reconocimiento simbólico en resultados medibles que cuiden el tejido social y ambiental. La conversación sigue y el proceso continúa.