Colombia reporta miles de laboratorios destruidos cada año.
Trump habló de “fábricas de cocaína” en Colombia y prometió que “se sentiría orgulloso” de destruirlas. En términos técnicos, en el país operan laboratorios clandestinos de distintos tamaños para producir base o cristalizar clorhidrato de cocaína. No son plantas industriales fijas, sino instalaciones móviles y de rápida reposición.
La reacción de Petro con la cifra de 10.366 laboratorios destruidos apunta a mostrar capacidad operativa. Esas estructuras se ubican principalmente en zonas rurales y boscosas, donde su detección depende de inteligencia, control de precursores y presencia estatal.
Destruir laboratorios reduce temporalmente la oferta y encarece la logística criminal. Sin embargo, sin control financiero, cooperación internacional y oportunidades económicas, las organizaciones reponen equipos y se mueven a nuevos puntos.
Trump extendió su mensaje a México, con opciones de “operativos terrestres” y Venezuela, donde “no descarta nada”. Ambas menciones tienen alta sensibilidad diplomática y escasa viabilidad sin acuerdos bilaterales.
La experiencia andina enseña que la interdicción marítima y el rastreo de precursores químicos tienen impactos sostenidos si se coordinan con reformas institucionales. La sustitución productiva y el control territorial reducen la dependencia de economías ilícitas.
En Colombia, el Estado reporta avances sostenidos en incautaciones, destrucción de laboratorios y golpes a cadenas logísticas. Persisten los retos de seguridad en corredores del Pacífico y frontera con Venezuela.
El uso del término “fábricas” sugiere infraestructura que no describe la realidad: la mayoría de los laboratorios son de bajo costo y se reconstruyen en días. La precisión del lenguaje es clave para diseñar política pública efectiva.
Las cifras oficiales, como la usada por Petro, deben diferenciar los tipos de laboratorio. Los de cristalización tienen más valor para las finanzas criminales que los de base, por lo que su neutralización tiene mayor impacto.
La cooperación EE. UU.–Colombia ha evolucionado: de helicópteros y erradicación a inteligencia financiera y ciberinvestigación. El episodio puede empujar a afinar métricas y metas comunes.
Conclusión: más allá del titular, la efectividad depende de combinar operativos con política social y control financiero. Sin eso, las “fábricas” seguirán siendo un comodín retórico.
El debate público se polarizó entre apoyo a la mano dura y defensa de la soberanía. Expertos piden rigor técnico para que el lenguaje no distorsione diagnósticos ni soluciones.
En diplomacia, se aguardan mensajes que privilegien cooperación y respeto a jurisdicciones nacionales, especialmente con México y Venezuela.
Las palabras importan tanto como los datos. Nombrar bien el problema es el primer paso para resolverlo..