La geografía del voto probable ofrece las pistas más claras del liderazgo de Miguel Uribe. Mientras en ciudades principales obtiene 36,5%, en el resto del país sube a 45,6%, diferencia que refleja redes locales, presencia física y una narrativa anclada en orden y empleo. Valencia y Cabal concentran su mejor rendimiento en entornos urbanos, donde la conversación pública se configura por debates y redes.
En capitales, Valencia llega a 26,7% y Cabal a 22,6%, recortando la distancia con el puntero. Sin embargo, fuera de ellas, ambas caen a 18,0% y 16,8%, respectivamente. La asimetría sugiere que, para disputar el primer lugar, deberían entrar al territorio con ofertas específicas y aliados municipales.
El segmento indeciso presenta otra clave: mientras en capitales el NS/NR apenas marca 0,6%, en el resto del país asciende a 6,0%. Ese diferencial implica margen para remontadas locales si se ejecutan microcampañas con promesas verificables en seguridad rural, vías terciarias y productividad.
Para el partido, la radiografía territorial obliga a priorizar recursos donde cada candidatura rinde mejor y, a la vez, evitar silos que impidan construir una imagen de unidad. La logística —testigos, transporte y pedagogía— multiplica el efecto de cualquier narrativa.
La reacción inmediata en los equipos es ajustar calendarios: Uribe consolida corredores regionales donde ya exhibe ventaja; Valencia intensifica foros urbanos y presencia juvenil; Cabal busca hubs de opinión donde su mensaje de autoridad tiene eco.
En perspectiva, si la consulta mantiene este patrón, el territorio continuará siendo el multiplicador que acerque la foto a un resultado favorable para el puntero. La incógnita es si las ciudades podrán compensar esa distancia con participación alta.
El mapa, por ahora, habla de dos velocidades: una regional que empuja al favorito y otra urbana donde el segundo y tercer lugar respiran. Convertir esas velocidades en votos reales será decisivo.